martes, 3 de febrero de 2009

Inconcluso.



Camino a casa, después de haber trabajado todo el día, paré en el kiosco de la esquina a comprar cigarrillos y una bolsa de gomitas de eucaliptos. No podía dejar de comer, es raro porque las golosinas nunca me gustaron, pero estos caramelos me estaban creando adicción, otra más.
Subiendo en el ascensor empecé a tararear la canción que escuchaba la chica del kiosco, era una ranchera, hacía cuatro o cinco años que no escuchaba una, la última vez fue cuando el portero del edificio le cantó una serenata a su mujer, y nosotros estábamos comiendo una picada y mirando una película con unos amigos, ni bien oímos los mariachis bajamos a la vereda y nos pusimos a bailar. En ese tiempo yo andaba con Pablo, y creía que él tenía las llaves del sol y de la luna. El es uno de esos amigos que te acompañan a lo largo de toda la vida, donde vivís momentos maravillosos, pero que nunca te llegan a enamorar. Todavía no entiendo si es casualidad, azar o destino, pero ni bien encendí la computadora y terminé de comerme mi último caramelo, Pablo me invito a cenar. Fue tan solo un mensaje de texto que nunca conteste.